Los secretos de Luis

Por Danilo Cruz Pichardo/danilocruzpichardo@gmail.com

El licenciado Luis Abinader, presidente electo de la República Dominicana, no tiene el carisma de los extintos líderes José Francisco Peña Gómez y Hatuey Decamps; tampoco tiene el carisma de Hipólito Mejía, un personaje gracioso que provoca risa en todas sus expresiones orales. Pero tanto Peña, Hatuey como Hipólito cometían errores con frecuencia, lo que no se ve en el hombre que jurará como jefe de Estado el venidero 16 de agosto.

El secreto de Luis Abinader radica en que es prudente y ecuánime, tanto así que en su trayectoria política todavía no se le ha detectado una pifia. Es de las personas que piensa antes de hablar y de actuar. Dijo el pensador Mariano Aguiló: “No vayas por ningún camino que no sepas donde vas”.

Abinader Corona es de los hombres que no polemiza ni confronta públicamente con nadie, a tal extremo que ni siquiera las calumnias –que duelen a todos, porque son infames y afectan a nuestra honra—  suele responder. Tiene lo que los sicólogos denominan inteligencia emocional, que se refiere a la capacidad humana de sentir, entender, controlar y modificar los estados emocionales de uno mismo.

El presidente electo ha dado muestras de ser ecuánime, juicioso y equilibrado. Es una condición escasa no sólo en los políticos sino en la mayoría de la gente, indistintamente de la actividad a que se dedique. Y el que dirige una nación tiene que ser prudente y ecuánime, pues las actitudes impulsivas generan la comisión de errores, como también provocan errores los chismes baratos que los adulones llevan a los presidentes, en la medida en que se les haga caso.

Pero si usted añade la prudencia y la ecuanimidad, que exhibe el presidente electo, a la honestidad heredada y recibida en la formación hogareña, hay que llegar a la conclusión que es un hombre dotado de un conjunto de valores atractivos para el elector, sobre todo si el elector es una persona que se detiene a estudiar los atributos de una figura pública.

De manera que, Luis Abinader, no sólo es prudente y ecuánime, es un político y empresario transparente, al cual sus adversarios no han podido atribuirle la comisión de la evasión de un mínimo impuesto, pese a que le han dado seguimiento durante más de una década y sus comunicaciones han estado intervenidas, como ha sido costumbre durante los gobiernos del PLD, en violación a la privacidad comunicacional, un derecho consagrado en todas las normas universales.

De todas sus cualidades o valores —desde la óptica de este humilde columnista— lo más relevante en Luis Abinader es su transparencia. Y apuesto a que hará un gobierno transparente. No ha llegado a la Presidencia de la República y ya anunció la designación de un o una procuradora general de la República independiente, a pesar de la enorme cantidad de abogados meritorios y honorables que tiene el PRM.

Aún más: anunció la eliminación del Despacho de la Primera Dama, al considerar que las funciones regulares de esa oficina pertenecen a ministerios y a direcciones generales del Estado. Con esa decisión está sacrificando a su esposa Raquel Arbaje, una profesional honorable, educada y diplomática, pero dirá el presidente electo que el ejemplo empieza por “la casa de uno”.

No tengo la menor duda que desde el poder político Luis Abinader ratificará sus grandes secretos: ecuanimidad, prudencia y transparencia. Con respecto a la transparencia que siempre ha practicado se puede adelantar que, si bien no acabará con la corrupción pública, que ha estremecido al país con múltiples escándalos, la reduciría a su mínima expresión.

Es un asunto hasta de lógica, si Luis Abinader no es corrupto, no tiene por qué permitir, en su condición de jefe de Estado, que ningún funcionario practique actos de corrupción.

Y lo inherente a la impunidad es materia de la justicia dominicana. Si abogamos por un sistema verdaderamente democrático, con una auténtica separación de los poderes públicos, no podemos exigirle al presidente de la República que meta a un dominicano preso. Es ilegal y quien lo sugiere es por ignorancia o por mala fe.

Lo que sí puede Luis Abinader, como presidente del Consejo Nacional de la Magistratura, es contribuir a despolitizar las cortes, con la designación de verdaderos jueces en la Suprema Corte de Justicia, en el Tribunal Constitucional y en el Tribunal Superior Electoral. Y con la mayoría que tendrá el PRM en el Senado también se podrá designar a reales árbitros en la Junta Central Electoral y en la Cámara de Cuentas.

Estoy convencido que Luis Abinader está comprometido con la institucionalización del país, para que haya una democracia de verdad. Que nunca más se repita la experiencia de designar dirigentes políticos en las altas cortes, contribuyendo al tráfico de influencia, a la impunidad y a la arrabalización de las instituciones dominicanas.

Son miembros del Consejo Nacional de la Magistratura: el presidente de la República, la vicepresidenta, el procurador general de la República, el presidente del Senado, el presidente de la Cámara de Diputados, el presidente de la Suprema Corte de Justicia, dos legisladores representantes del principal partido opositor y un juez de la Suprema que no tiene derecho a voto y hará la función de secretario.

Desde que se juramenten Luis Abinader, Raquel Peña, los senadores y diputados y se designe al procurador, el PRM tendrá cinco miembros en el Consejo Nacional de la Magistratura, que representa mayoría, una mayoría suficiente para empezar a hacer cambios en las altas cortes. Pero esos cambios se hacen de conformidad a lo establecido en la Constitución de la República.

El presidente Abinader hará su aporte a la democracia dominicana, en lo que respecta al combate a la corrupción y a la impunidad, así como en lo que atañe a la institucionalización de la República Dominicana. Pero es a la justicia que corresponde perseguir a todos aquellos que han cometido actos que riñen que nuestras leyes.

Luis Abinader es un hombre prudente, ecuánime y transparente. Hará los cambios que amerita el país, pero nadie lo verá cometiendo errores, como lo es interferir en otros poderes.

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