Los partidos políticos modernos tienen fecha de nacimiento (I)
Por Isidro Toro Pampols
En el anterior escrito, intitulado “origen de los partidos políticos”, nos paseamos por el fértil campo regado por las ideas de la Ilustración y sus consecuencias en su relación dialéctica con el avance tecnológico de finales del siglo XVIII y a lo largo del XIX. Dinámica que nos demuestra, una vez más, que la historia no es un cuento de hadas y que si bien es cierto que los partidos políticos como los conocemos hoy tuvieron sus orígenes cercanos en esos días, la aristocracia y los estamentos dominantes no lo aceptaron de buen agrado y fue en medio de impresionantes sucesos que se abrió paso la institución partidista.
Este articulo lo dividiremos en dos partes y cada una de ellas en dos secciones, y aunque segmentamos la historia, sólo lo hacemos por razones didácticas, ya que la misma es una, única e indivisible, los tiempos se yuxtaponen en los espacios y los hombres cabalgan en dichos escenarios en medio de las circunstancias.
Debemos tener presente que a lo largo del siglo XIX la revolución sacude a Europa en sucesivas oleadas. Para 1848, bajo los estandartes del liberalismo y del nacionalismo, se reclama la democracia como sistema político; es lo que se conoce como la “primavera de los pueblos“. La década del 1840-1850 marca un cambio profundo en el devenir del siglo XIX. La Europa que derrota a Napoleón en 1814 era todavía campesina. Sólo Inglaterra se venía desarrollando en la llamada Revolución Industrial, proceso iniciado a mediados del siglo XVIII. La investigación en ciencias aplicadas sirvieron para adelantar un avance tecnológico que llevaría a la Gran Bretaña a ser la nación más poderosa del mundo.
Francia, por su parte, descansaba de las guerras revolucionarias y napoleónicas. A partir de 1830 inicia el camino que ya Inglaterra había transitado con buen éxito. En Alemania el proceso fue aún más tardío. Para el año de 1840 se intensifica la producción de carbón, lo que indica la utilización del vapor en el proceso de manufactura. En Bélgica, igualmente, se incorpora tarde al cambio y en otras partes de Europa son pocos los signos de avance industrial. Algunas ciudades italianas mantenían liderazgo en artesanía de metales preciosos, seda o del trabajo de la piel, pero enmarcado en viejos patrones de producción aún feudales. El inicio del capitalismo en Europa fue desigual, bien por las divisiones políticas en las naciones o por complicados sistemas económicos basados en monopolios concentrados en manos de particulares, gremios o entidades del Estado. En otras partes de Europa la situación seguía anclada en el pasado. Los señores feudales españoles mantenían el sistema de arrendamiento de sus tierras. En Prusia se observaban tímidas manifestaciones de una agricultura moderna, pero en Europa Oriental y Rusia se mantenía prácticamente en el sistema medieval. Rusia era el mayor exportador de trigo de Europa, sobre la base de la miseria de su población. El sistema de la propiedad de la tierra era la principal característica que diferenciaba a la Europa Oriental de la Occidental.
Partiendo de este marco histórico, los estudiosos definen cuatro etapas en el desarrollo de los partidos políticos. Veamos:
- Primera etapa, oposición del Estado al fenómeno partidista (1800-1830)
En los inicios del siglo XIX aún no se hace presente el proletariado como fuerza social cuantitativamente importante. El movimiento liberal es líder contra el mandato absolutista europeo. El liberalismo fue concebido como un orden de ideas que proclama la libertad del individuo y su absoluta independencia frente al Estado. El beneficio del individuo tiene preferencia ante el interés de la colectividad, ante el grupo. Los liberales consideran que el poder debe ser dividido y distribuido entre varias instituciones independientes y soberanas. El liberalismo se ve favorecido, tanto en lo político como en lo económico, por la manifiesta decadencia de la aristocracia rural y por el desarrollo de la Revolución Industrial. Bentham expresó que la libertad del individuo sólo debe ser limitada por unos determinados derechos y deberes que el gobierno, constitucional y libremente aceptado por la mayoría de los ciudadanos, podían imponer a la sociedad en beneficio de sus componentes.
Pero en paralelo crecía el proletariado y tendía a agruparse en formas organizativas que le diesen fortaleza a sus peticiones de justicia social. Ya en agosto de 1819 los obreros de Manchester celebran una asamblea en que se congregaron más de 50,000 hombres. El gobierno disolvió la concentración y prohibió todo derecho de asociación y las publicaciones obreras eran calificadas de sediciosas y confiscadas. De allí que los partidos políticos no existían legalmente.
La lucha continúa y en 1824 se reconoce la libertad de asociación y coalición en Gran Bretaña. En 1829 nace en Inglaterra el primer sindicato. Es menester recordar que los sindicatos ingleses son de carácter reivindicativos buscando reformas dentro del sistema capitalista, a diferencia de los franceses, alemanes o españoles, que son revolucionarios, intentando cambiar el orden social existente.
- Segunda etapa: indiferencia del Estado frente a los partidos políticos (1831-1870)
El liberalismo es hijo de la Revolución francesa y de la Revolución Industrial. En torno al liberalismo se desarrollan los grandes movimientos sociales de inicio del siglo XIX. El liberalismo copa la escena del período; la acción y la reacción tienen que ver con él. El liberalismo brotó de la filosofía del siglo XVIII, con la consigna de «Libertad, Igualdad y Fraternidad», del movimiento revolucionario francés. El «Tercer Estado», la burguesía, lanzó esta consigna en los más grandes movimientos revolucionarios que ha marcado en forma definitiva a la humanidad, y se convirtió en frase definitoria del liberalismo en cuanto a contenido ideológico se refiere. La Revolución Industrial le ofreció su gran oportunidad de expandirse. La idea de libertad se la dio la Revolución francesa y la de progreso la Revolución Industrial. Libertad y progreso fueron las consignas con las cuales el hombre ha cabalgado durante los siglos XIX y XX, confirmando la fe del hombre en el hombre.
En el año 1832, el Partido Liberal de la Gran Bretaña consiguió la aceptación por parte del Gobierno de la «Reform Act», donde se establecía una serie de medidas liberalizadoras. Ya antes había logrado el liberalismo su primera victoria con la Revolución de Julio de 1830, en Francia. Los partidos, aún no de masas, existían ya sin objeción estatal.
En 1837 la Asociación de Trabajadores de Londres envió al Parlamento un documento que se conoce como la “Carta del Pueblo“. La Carta del Pueblo contenía seis demandas específicas, a saber: el sufragio para todos los varones mayores de veintiún años, el voto secreto, elecciones parlamentarias anuales, la abolición de los requisitos de propiedad para ser miembro del Parlamento, la asignación de un sueldo a los parlamentarios y distritos electorales equitativos. Como podemos ver todas necesarias para darle viabilidad a la democracia y, por ende, a los partidos de masas. Cuando estas peticiones fueron rechazadas por la Cámara de los Comunes, la asociación lanzó una campaña nacional en apoyo de su programa y aproximadamente 1.250,000 personas firmaron una petición en la que reclamaban al Parlamento que la carta fuera sancionada como ley. Aunque la solicitud fue negada, no dejó de ser una manifestación de organización importante teniendo en cuenta la época en referencia.
Debemos tener presente que el liberalismo era radicalmente individualista. Defendía la dignidad y el valor de las personas. Sólo por extensión, la de los pueblos. El individualismo nos lleva a la consecuencia lógica de la tolerancia y el derecho del individuo a pensar y creer según sus propias convicciones. Comunicarse sin trabas ni censuras, valorizando la libertad de opinión y la posibilidad de asociarse sin cortapisas, lo que permitirían al individuo desarrollarse sin ataduras de influencias externas ni coartados por la fuerza de la clase social privilegiada, en este caso la aristocracia. El liberalismo se enfrentó a la tradición con la fuerza que le daba su convicción en la doctrina racionalista del progreso. El evangelio del liberalismo era la igualdad de oportunidades para todos los sujetos y el principio de la igualdad ante la ley. El liberalismo no cuestiona la idea monárquica, sino la fórmula absolutista y por ello reivindica una constitución escrita que limite la autoridad del soberano y cree contrapoderes eficaces. Todo este planteamiento está enmarcado en el estricto campo de la teoría. El liberalismo rechazaba el derecho del ciudadano a recibir ayuda del Estado cuando no pudiese atender por sí mismo sus necesidades y proporcionarse el sustento. Para eso estaba la caridad de la familia y la comunidad.
A pesar de haber ganado terreno, el liberalismo aún no se sentía plenamente fuerte. En paralelo nacía una nueva clase social producto de la concentración de masas obreras en los arrabales de las ciudades: el proletariado. Su crecimiento se aceleraba por el desarrollo del ferrocarril, medio de transporte masivo de campesinos que huían de la miseria de los campos en búsqueda de un sueño que la mayoría de las veces se transformó en pesadilla. Con el proletariado nace el socialismo como ideología, en sus vertientes utópica y revolucionaria, al principio y luego, radical y socialdemócrata en la segunda mitad del siglo XIX.
A partir de 1848 la Revolución se hace nuevamente presente y el proceso se conoce como «La primavera de los pueblos»; que no fue otro que el de una insurgencia total de muchos poblados de Europa: de París a Berlín, de Nápoles a Budapest, en muchas ciudades estallan casi al unísono violentas manifestaciones con más vigor que las sucedidas en las primeras décadas del siglo XIX. El absolutismo se ve desbordado por una exigencia de mayor democracia. París, Turín, Florencia, Viena, Roma, Venecia, Berlín, Múnich, Budapest, Praga, son escenarios de desórdenes, insurrecciones y barricadas donde el pueblo exigía más libertad y justicia social. Víctor Hugo en su novela “Los Miserables”, recrea la contingencia.
Esta expresión popular dio sus frutos momentáneos. Este proceso revolucionario determina el fin del «sistema Mettermích», conformado por las monarquías europeas tras la derrota de Napoleón en Waterloo. Capituló el gobierno austríaco el 13 de marzo; en Hungría se obliga a promulgar una constitución. En Praga se acepta la Carta de Bohemia; en Nápoles, Florencia, Roma y Turín, los soberanos proclaman instituciones más democráticas; en Francfort se reúne un parlamento alemán bajo el signo del liberalismo. Pero en todo este rápido movimiento hay una constante: los revolucionarios socialistas y la burguesía liberal no se entienden; se dividen en cuanto llegan al poder; no se adapta la burguesía liberal a las ideas socialistas y permite la reacción de los monarcas quienes, para 1849, inician la recuperación parcial de los poderes perdidos. Pero la democracia, al igual que el liberalismo medio siglo antes, ya era una idea presente y, como el ave fénix, retornaría de sus cenizas.
Los partidos políticos fueron los articuladores de la relación entre la sociedad civil y el Estado en ese periodo revolucionario. En el caso de Francia, que dio paso a la II República en 1848, los partidos permitieron el avance democrático mediante el cual a partir de ese momento nueve millones de personas podían decidir a diferencia de 250 mil que lo hacían durante el mandato de Luis Felipe. Centenares de periódicos circulaban y los franceses pensaron que toda clase de miseria y de pobreza desaparecerían. Soñaron que una nueva sociedad se había hecho presente y ésta brindaría a todos los ciudadanos felicidad y prosperidad. Aquí radicó el error.
Pero a los fines de nuestro texto, observamos como las organizaciones políticas van tomando forma y se van acercando a los partidos como los conocemos hoy en día.
Este proceso convulso va hasta la década de 1870, en que tras la Guerra Franco-prusiana y el advenimiento de la llamada “Bella Época” o La Belle Époque, en francés, se comienza a reconocer legalmente a los partidos políticos en la sociedad europea. Eso lo reseñaremos en el próximo texto.
Isidro Toro Pampols es MSc en Management, asesor en cooperativismo del IDECOOP. Reside en Santo Domingo.