LA UNIFICACION DE LA ISLA

Por JUAN T H/Opinión.
Foto/Periodista Juan TH

PeriodismoySociedad.net, RD. No digo: “nunca jamás”. No lo sé. No soy prestidigitador, ni adivino. No sé si alguna vez sea posible que Haití y República Dominicana, que ocupan una misma isla puedan unirse y convertirse en un solo pueblo. No lo sé, no sería la primera vez que dos pueblos, separados geográficamente, se unan.

La isla es una e indivisible geográficamente, es verdad, en tanto el río masacre siga cruzándose a pie, pero la brecha que separa a ambas naciones no es geográfica, es política, es histórica, es cultural, sin recurrir a los argumentos de la ocupación haitiana de 1822. Ese argumento es obsoleto y sin sentido, lo mismo que el discurso de odio y venganza. La época en que la isla pudo estar poblada por un mismo pueblo, pasó casi desapercibida hace muchos años.

El presidente Luís Abinader, en su breve discurso ante la Asamblea de las Naciones Unidas despejó dudas, cerrándole la boca a muchas personas, tanto de un bando como del otro. (Unos y otros deben bajar la cabeza y reconocerlo)

“No hay, ni habrá jamás una solución dominicana a la crisis de Haití”, dijo el presidente   enfáticamente. Y es verdad. Solo hay que ver la magnitud de la crisis del vecino país: desolación, incertidumbre, desconfianza, desesperanza, falta de oportunidades pobreza, inseguridad, falta de educación, de salud, de viviendas, de agua potable, de bosques, de zonas protegidas, y muerte, mucha muerte prematura.

Un territorio desértico cada vez menos productivo. Ese es el panorama a grandes rasgos. Haití ya no es un Estado. No hay instituciones democráticas, no hay interlocutores válidos. Las clases sociales disgregadas, sin identidad ideológica ni política. Sin unidad. Un país destrozado. Sin futuro a la vista. No a corto plazo.

La República Dominicana, como bien dijo el presidente Abinader, no puede echarse sobre sus hombros al pueblo haitiano. No puede aunque quiera.  El pueblo dominicano no es rico aunque a veces lo pretenda y actúe como tal. Somos un país subdesarrollado que no logra invertir lo necesario en educación, salud, vivienda, seguridad, etc. Pero tenemos un Estado, aun débil y con muchas debilidades, pero un Estado.

Tenemos una democracia con muchas limitaciones, pero la tenemos. Nuestro sistema político funciona precariamente a pesar de la corrupción y otros males, pero ahí vamos, al igual que el sistema de justicia, que marcha a tropezones, pero lo hace. Tenemos hospitales y personal, aunque no lo suficientes, al igual que escuelas y universidades. El país avanza con tropiezos y zigzagueos, pero camina. No es el caso haitiano. En lo absoluto.

Somos y seguiremos siendo solidarios con nuestros vecinos, por razones humanitarias, incluso históricas. El dominicano es un pueblo bueno y solidario. Forma parte de su idiosincrasia. Nos sentimos obligados con los haitianos. El sincretismo que nos une dice mucho a pesar del odio que algunos predican y hasta practican.

El presidente Abinader también fue claro al respecto. Hemos sido y seguiremos siendo aliados y solidarios con Haití. ¡Y punto! Pero no podemos cargar con ellos, constituyen un fardo demasiado pesado para nuestro sistema de salud, de educación, etc.

Es verdad que los haitianos residentes en nuestro territorio aportan a la economía tanto de su país como del nuestro con su trabajo en diversos renglones como la construcción, la agricultura y el turismo, entre otros. Es verdad que Haití es el segundo socio económico más importante. Es la otra cara de la moneda. No podemos olvidarlo.

No obstante, es necesario que Estados Unidos, que invirtió cientos de miles de millones de dólares durante 20 años en Afganistán, (300 millones diarios. Más de dos mil billones de dólares. ¡Una locura!) para salir derrotado, acuda en ayuda de Haití.

Las potencias pueden hacer un pool para sacar a ese hermano pueblo de su miseria ancestral, no dejar que la República Dominicana lo haga. “No hay, ni habrá jamás, una salida dominicana a la crisis de Haití”, le dijo el presidente, no a los dominicanos, sino a esos países grandes y poderosos que se hacen los locos, mirando indiferentes hacia otro lado, mientras el pueblo haitiano muere lentamente sumido en la miseria, convirtiendo la frontera entre ambos pueblos en un problema de seguridad nacional y regional.

Los que desde sus zonas de confort internacional acarician la idea de una isla, un país, sepan que es imposible. Que al contrario, cada vez el pueblo haitiano y el pueblo dominicano están más lejos uno del otro, tal vez más para mal que para bien. Pero así son y serán las cosas hasta que Haití encuentre su camino y se enrumbe por senderos de desarrollo y la prosperidad, que no creo sea por todos estos años.

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