Cinco funciones de la oposición
Por Yvelisse Prats-Ramírez de Pérez
Desde hace 56 años, ejerzo la política, primero como militante activa, ya luego como dirigente de dos partidos: el PRD y el PRM.
De esos 56 años, he pasado 44 en la oposición. He tenido, pues, mucho tiempo para desarrollar la capacidad de reflexionar sobre mi identidad y mis tareas como opositora, y sobre todo, del rol de los partidos de oposición de un proceso político democrático.
Concreté algunas de estas reflexiones para una clase que me tocó impartir recientemente, que tenía originalmente el título, escueto y vago de “la oposición”.
Utilizando mis modestos conocimientos en Teoría de Sistemas, la organicé en cinco funciones opositoras: Observar, Analizar, Denunciar, Protestar y Proponer. Ese texto, sintetizado en los límites de mi columna sabatina, lo comparto con mis lectores, En Plural.
Observar, que es mirar los acontecimientos, no verlos simplemente para conocerlos más allá de su simple apariencia. En los partidos de oposición modernos, hay ejemplos de estrategia que realizan esa labor diariamente, incluso me inclino a crear observatorios constituidos por sociólogos y politólogos del partido opositor para realizar esa labor en forma continua.
Analizar. Esta función se deriva de la observación y consiste en descodificar, por así decirlo, el conocimiento adquirido, escrutándolo desde la subjetividad de las líneas programáticas del partido opositor, y de información veraz que se obtenga de las situaciones, necesidades y problemas del país.
Denunciar. Hacer público el resultado del análisis, señalando las necesidades desatendidas, los intereses ocultos que se descubren en las supuestas “soluciones” gubernamentales, las promesas incumplidas, las fortunas cuyos orígenes no son conocidos, ni fácilmente explicados.
En esta función, el liderazgo partidario pone a prueba su capacidad de explicar, persuadir y emocionar. Dice Julio Anguita que el discurso político empieza por hacer sentir y luego pensar.
En la medida que la denuncia se asuma como el eco de lo que es realmente un dolor o una precariedad de la gente, el partido o grupo opositor que se erija en vocero de quienes hasta ese momento no se habían sentido interpretados, lograrán mejorar la opinión que muchos ciudadanos tienen sobre la “partidocracia”.
La aproximación a la gente, identificarse con sus problemas reales, logrará que el partido de oposición que cumpla la función de denunciar vaya recuperando la confianza de los incrédulos.
La protesta es un grado más ardiente de la denuncia. No es ya solo sacar a la luz que existe la arbitrariedad, el abuso, el cohecho; es rechazar lo mal hecho porque viola derechos, rompe compromisos, miente, engaña.
El liderazgo vuelve a necesitarse, esta vez con más bríos, porque ahora demanda indignación para compartirla con los justamente indignados; y una condición esencial, que es la de estar limpio; nadie menos convincente que un pecador hipócrita que despotrica contra lo que a diario y a escondidas hace él mismo.
La Propuesta sella la “marca de fábrica” del partido opositor. Demuestra la capacidad del partido para gobernar, y gobernar bien, cuando le toque.
Las medidas que se propongan deberían tener cuatro características: ser factibles, ser correctoras de erráticas acciones que se denuncien y sobre las cuales se ha protestado; responder a las prioridades que la pobreza, la desigualdad y la exclusión señalen para ser superadas y ser sinceras; responder a lo que el partido proclama en su ideología, en el caso de mi partido, el PRM, esas propuestas podrían encontrarse en la tesis del Gobierno Compartido en la que el doctor Peña Gómez adaptó para América Latina: el Socialismo Democrático.
Observar, analizar, denunciar, protestar y proponer, cumplidas a cabalidad, logran que la oposición ejerza la gran misión que le compete de acuerdo a una visión que le dé razón de ser y le defina un sistema de valores irrenunciables.
La oposición democratiza la democracia, abre las ventanas a las diferencias, al disenso. Ningún sistema político, ni mucho menos una forma de vida colectiva, puede concebirse basada en el consenso unánime; la aquiescencia total expresada mecánicamente es propia de las dictaduras, no de la democracia, menos aún en un mundo lleno de confrontaciones morales, económicas y sociales, que demandan y obtienen reacciones humanas y ciudadanas diferentes.
Una aclaración pertinente, antes de concluir esta columna, es que las funciones no equivalen a fases o etapas.
Su relación sistémica es de tipo articulador, integrador; esas funciones pueden ejercerse contingencialmente en espacios diferentes, y hacerse en forma simultánea.
¿Algo más? Mi osadía al compartir estos apuntes debe enriquecerse con los aportes de mis lectores, sobre todo a quienes les guste la política. Anímense, escríbanme.