Opinión: Origen de los partidos político


Por: Isidro Toro Pampols

Es común encontrar el vocablo partido en los estudios de historia, de ahí que para precisar su origen debemos distinguir dos acepciones: Una concepción amplia de partido, la cual nos informa que cualquier grupo de personas unidas por un mismo interés es una agrupación partidaria y, en tal sentido, el origen de los partidos se remonta a los comienzos de la sociedad políticamente organizada. En Grecia encontramos grupos integrados para obtener fines políticos, mientras en Roma la historia de los hermanos Graco y la guerra civil entre Mario y Sila son ejemplos de este tipo de “partidos”.

De otro lado, si admitimos la expresión partido político en su concepción restringida, que lo define como una agrupación con ánimo de permanencia temporal, que media entre los grupos de la sociedad y el Estado, participa en la lucha por el poder político y en la formación de la voluntad política del pueblo, principalmente a través de los procesos electorales; entonces encontraremos su inicio en un pasado más reciente. En esta acepción, por tanto, el comienzo de los partidos políticos tiene que ver con el perfeccionamiento de los mecanismos de la democracia representativa, principalmente con la legislación parlamentaria o electoral y, en término general, los autores se muestran de acuerdo con fechar el surgimiento de los mismos durante el último tercio del siglo XVIII o en la primera mitad del XIX, tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos de Norteamérica.

Indiscutiblemente las categorías sociológicas no nacen por generación espontánea, de ahí que encontrar raíces de los partidos modernos en el siglo XVII, observar la evolución durante el XVIII y encontrar su organización, muy parecido a nuestras formas contemporáneas a partir del XIX, no debe llamarnos a sorpresa; especialmente después de las sucesivas reformas electorales y parlamentarias iniciadas en Gran Bretaña a partir de 1832. Los partidos modernos, aunque son producto de la peculiar relación de los grupos políticos con el parlamento, fueron condicionados por los procesos de formación de los Estados nacionales y por los de modernización que ocurrieron en Occidente durante los siglos XVIII y XIX. Así que, y es cosa poco dicha, los partidos políticos como los conocemos se consolidan en la primera mitad del siglo XIX en el seno de las sociedades políticas occidentales, momento en que se produce la progresiva afirmación del régimen liberal. Con la victoria del liberalismo, retoño de la Revolución francesa, triunfa la concepción de una sociedad civil escindida del Estado y, por consiguiente, se requieren unos instrumentos, en este caso los partidos políticos, de mediación entre la sociedad y el poder político.

La Revolución francesa fue campo fértil para el liberalismo, mientras que la clase obrera es producto de la Revolución Industrial. Entre ambas quebraron la sociedad tradicional o feudal y permitieron el paso a la sociedad industrial. El mundo burgués, posterior a las revoluciones en Inglaterra y Francia, requería de formas de organización política que sustituyeran a las representadas por los estamentos o corporativas. Se imponía nuevos modos de organización, dependientes de grupos políticos organizados en el parlamento, con reglas claras para la circulación de la clase política. Estas normas serían de carácter electoral y tendrían un sentido distinto al llamado mandato directo (y en ocasiones vitalicio) de los representantes respecto de sus representados; tal precepto quedó sustituido por el representativo, con el cual el diputado ya no es considerado representante exclusivo de su distrito, sino de toda la nación, y deja de estar obligado a seguir ciegamente el mandamiento imperativo de sus electores, como nos señala el profesor de la Universidad Autónoma de México, Jaime F. Cárdenas Gracia.

Así la sociedad libre, que surgió después de la quiebra de los estamentos y las corporaciones, precisaba de organizaciones que fueran funcionales en el nuevo orden establecido. De esta manera emerge la división entre la sociedad civil como ámbito de la libertad de la persona dotada de derechos inherentes y la sociedad política o Estado y se exigía canales de comunicación que articularan intereses entre una y otra. Los cauces de intercambio fueron el parlamento, los partidos políticos y la opinión pública. Esta coyuntura no era nueva. Ya antes, en el ocaso de la Edad Media y los albores del Renacimiento, la sociedad civil había hecho su aparición para separar el poder político del poder eclesiástico. Vemos como la sociedad civil no es un concepto ni tan nuevo ni tan novedosos como quieren hacer ver los “descubridores del agua tibia”, aunque sí bien importante en el desarrollo de la política deliberativa como eje central de la democracia participativa.

En los inicios del siglo XIX y a medida que crecía la influencia liberal en los estados europeos, la relación entre los ciudadanos con derecho al voto y los gobernantes era directa. No existían organizaciones intermedias que articularan una acción de seguimiento y de interconexión entre el ciudadano y el Estado. Por lo tanto, el control que los ciudadanos ejercían sobre sus mandatarios se agotaba en el momento electoral. Visto así, los partidos tenían poca importancia. La inexistencia del sufragio universal -existía el censatario-, donde sólo unos cuantos podían votar, hacia inoperante las organizaciones que articularan y aglutinaran intereses con fines político-electorales. El Estado liberal se caracterizaba por la contraposición tajante entre Estado y sociedad, por el individualismo y la atomización del poder, y sobre todo por la idea, hoy puesta de nuevo en circulación por el neoliberalismo, del Estado mínimo o gendarme, encargado de vigilar el respeto de las reglas del intercambio de la propiedad y de dotar de seguridad jurídica a tales intercambios.

En ese contexto nacieron los partidos políticos. Se trataba de asociaciones locales, sin   reconocimiento o regulación legal, promovidas por candidatos al parlamento o por grupos de la burguesía que combatían a favor de la ampliación del sufragio, o en ocasiones representaban grupos de interés. Tales asociaciones contaban con un número restringido de personas y funcionaban casi exclusivamente durante los períodos electorales. El partido era una simple maquinaria provisional, sin programa político alguno y sin disciplina u organización de carácter permanente. La ampliación del sufragio y los procesos democratizadores de finales del siglo XIX y principios del XX trajeron consigo los partidos de masas y con ellos los procesos de su reconocimiento legal y constitucional.

En próximos artículos abordaremos una relación descriptiva con algo más de detalles, del marco histórico del nacimiento y evolución de los partidos políticos modernos.

Isidro Toro Pampols es MSc en Management, asesor en cooperativismo del IDECOOP. Reside en Santo Domingo

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