No se ahogó la esperanza

RAFAEL  PERALTA ROMERO

JPG: Fuente externa
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El miércoles pasado, a seis días del azote del huracán María, Miches amaneció soleado.  Recorrí sus calles, ya libres de lodo y  mi primera observación -resultaba muy visible-  fue  que de un extremo a otro frente a las casas, la gente  ponía al sol  ropas, muebles y enseres del hogar que resultaron enchumbados por el río.

Muebles de sala, estufas, lavadoras  y camas fueron dañados.  Aquí todo  se dañó, dice Rafaela, mi hermana mayor. Claudio, su hijo, perdió un negocio, y se le ahogó un caballo. En su tienda veterinaria guardaba los  manuscritos de tres obras literarias, que también fueron absorbidas por las aguas desenfrenadas.

Los objetos que no sufrieron pérdida total,  son puestos  al sol con la esperanza de la sobrevivencia. Aun la gente limpia y los restos del lodo persisten. Toneladas de fango fueron sacadas, después que el río Yeguada desviara su curso y  cubriera los puntos menos imaginables. Las calles fueron lavadas, con el concurso de los munícipes.

Hoy, el verbo más común  en el pueblo es ahogar,  en pasado perfecto, tercera persona,  y el sujeto  es el rio. El manso y tolerante  Yeguada se tornó vengativo, rebelde, brutal. Y pagaron justos por pecadores. Toño compró una yipeta nueva  y  guardada en un garaje se la ahogó el rio. Se ahogaron los pollos del expendio,  se  ahogaron las cocinas.

En las márgenes del Yeguada  yacen inertes decenas  de árboles, el río los ahogó. Junto a los colchones y ropas  se solean frente a las casas herramientas de labranzas o un sillón de automóvil. Todo  ahora es reiniciar. Muchos lavan y secan ropa recuperada. Lavan piezas  de ferretería y repuestos de  motocicletas.

La producción del campo  ha sido severamente estropeada, aunque no por el río.  Frank, trabajador agrícola,  hizo un acuerdo con Nilson, propietario,  para levantarle una plantación de cacao  a cambio de utilizar el terreno para cultivar plátanos. Todo crecía bien. Pero las aguas  ahogaron los plátanos y el mundo de Frank se derrumbó.

La fonda de Italia, pagó su proximidad al río. Se llevó ollas, calderos, platos, mesas. Por ahora allí nadie comerá  pescados y mariscos.  El ánimo de la propietaria  estaba a buen resguardo.  Eneida considera que si  la riada hubiese ocurrido durante la noche,   el vaho a muerto se sintiera de lejos. Todo el mundo perdió algo aquí.

El pueblo entero  fue anegado. Pero, podría decirse, vistas las actitudes frente al soleado del pasado miércoles, que no todo fue arrastrado por el río. Algo que no pudo ahogar el torrente fue la expectación y la fe en el porvenir. Los micheros andan carentes de todo, todos perdieron algo, pero la esperanza no fue arrastrada por el río.

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